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Cartel Urbano
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VAMPIROS ASESINOS

La sombra del asesino
Columna de Miguel Mendoza Luna
 
La figura del vampiro, ya sea el clásico chupasangre del tipo Drácula-Béla Lugosi-Gary Oldman o el sexy joven ansioso de sangre virginal (Robert Pattinson, Ian Somelharder), despierta una fascinación inmediata. Su capacidad de convocar el erotismo y la muerte le convierte en un símbolo muy poderoso: las dos fuerzas que definen al ser humano reunidas armónicamente bajo la misma hermosa piel preternatural. La nocturnidad y por supuesto la inmortalidad le confieren el irresistible encanto del perpetuo goce carnal. Sin embargo, la sensualidad y encanto del vampiro de ficción se encuentran muy lejos de la cruda realidad de los vampiros reales, de los asesinos en serie sedientos de sangre.
 
El termino vampiro suele usarse mediáticamente para hacer referencia al perverso gusto hematófago de algunos psicópatas sexuales. Uno de los casos de vampiros reales más impactantes fue el del estadounidense Richard Chase (1959-1980), quien a principios de 1978, convencido de la necesidad urgente de beber sangre humana para así evitar que sus venas se secaran, asesinó salvajemente a cuatro personas. Chase fue bautizado como "el Vampiro de Sacramento".
 
En Europa varios casos de homicidas seriales invocan la figura del nosferatu, el más famoso fue el del alemán Peter Kürten (1883–1931), "el Vampiro de Düsseldorf", cruel homicida de cerca de una docena de niñas y adolescentes, cuya motivación sexual era beber la sangre de sus víctimas. La mítica película M, el vampiro (Fritz Lang, 1931) está basada en su caso.
 
Otro caso impactante de vampirismo fue el del joven Roderick Ferrell (1980-), quien se hacía llamar Vesago, el vampio: un inmortal bebedor de sangre. En el apacible pueblo de Murray, Kentucky, a principios de la década de 1990, Ferrell se unió con otros jóvenes convencidos de que el consumo de sangre amplificaba sus presumibles poderes extrasensoriales. El llamado "clan vampiro", además de rituales orgiásticos, invadió el cementerio local para sus oscuras prácticas.
 
Una joven ex novia de Ferrell, Heather Wendorf, residente en Eustis, Florida (anterior hogar de Ferrell), le telefoneó para que la liberara de la "prisión" en la que se suponía sus padres la habían sometido. Ferrell viajó hasta allí con tres de sus seguidores: Charity Keesee y Howard Scott Anderson, ambos de 16 años, y Dana Cooper, de 19. Una vez en la casa de su exnovia, asesinó a golpes a los padres Wendorf. Consumado el crimen, Rod bebió la sangre de sus víctimas. Pocos después el clan fue capturado. Ferrell fue condenado a muerte, pero se le conmutó la pena por prisión perpetua. Anderson también recibió cadena perpetua mientras que las dos jóvenes recibieron 17 años de prisión; Heather quedó libre al demostrarse su supuesta no participación en el incidente.
 
En Latinoamérica el vampiro cobró forma con el caso de Marcelo Costa de Andrade (1961-), un joven habitante de las favelas de Río de Janeiro, que al igual que los asesinos mencionados anteriormente sufría de hematodixia: la fantasía mental de la excitación sexual asociada con una necesidad compulsiva de ver, sentir o ingerir la sangre. Entre 1990 y 1992, en la zona de Itaborai (separada de Río de Janeiro por la Bahía de Guanabaralas) "el Vampiro de Niteroi" violó, asesinó y consumió la sangre de varios niños menores de 13 años. Una vez identificado por un sobreviviente, fue arrestado y posteriormente procesado por tales homicidios.
 
Como otras figuras oscuras que se exaltan en la cultura contemporánea y se convierten en modelos heroicos (forajidos, gánsteres, estafadores, mafiosos, etc.), el vampiro real se encuentra abismalmente lejos de sus idealizados personajes de la literatura, el cine y la televisión. Los vampiros verdaderos, los que no son populares en el High school y no brillan durante el día, han cometido crímenes atroces, obviamente desprovistos de encanto poético y para nada relacionados con populares sagas literarias.
 
Recuerden que las estacas y crucifijos no les detienen. Recuerden que no se interesan por las estéticas necrófilas tipo Edgar Allan Poe, ni por las historias ecogóticas de Tim Burton. No se visten con capas negras o camisas con bolero y encaje; no escuchan a Bauhaus ni a Christian Death, mucho menos a Evanescence. Su poder sobrenatural se reduce a la carencia de lo que los mortales llamamos: el alma humana.

 

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