
EL GRAFITI EN LA NUEVA NOVELA DE PÉREZ-REVERTE
El escritor español Arturo Pérez-Reverte presentó en noviembre pasado su más reciente novela, El francotirador paciente, cuyo personaje principal pasa, paulatinamente, de héroe a villano.
Después de pasar un año junto a grafiteros de diferentes ciudades de Europa que lo introdujeron en el mundo del street art, el autor de la saga Las aventuras del capitán Alatriste creó al grafitero Sniper.
“El único arte posible tiene que ver con la estupidez humana. Convertir un arte para estúpidos en un arte donde serlo no salga gratis. Elevar la estupidez, lo absurdo de nuestro tiempo, a obra maestra”, Sniper.
Por Sebastián Aldana Romero
Al terminar su etapa como reportero de guerra a mediados de los años noventa, Arturo Pérez-Reverte sellaba un largo recorrido por las guerras que tuvieron lugar en África, Centroamérica y Europa. Sin embargo, con El francotirador paciente, su última novela, demuestra que ha vuelto al campo de batalla, pero esta vez introduciéndose en el clandestino mundo del grafiti.
.....
“Arrastrándonos por túneles, como ratas con una bolsa de pintura y cuatro latas para hacernos colores y platas”. De esta manera comienza Pérez-Reverte una crónica para XLSemanal en la que narra cómo fue la experiencia de pasar una noche junto a grafiteros madrileños. “Son las 2:15 de la madrugada”, prosigue antes de contar que está a punto de escuchar el tintineo de los aerosoles y el seseo de éstos una vez son pulsados sobre los vagones de tren que los grafiteros se disponen a intervenir con sus tags. El novelista está a una pintada de darle vida a Sniper, el protagonista de la historia, que lo ha llevado a adentrarse en este mundo.
“Si es legal, no es grafiti”, dice en la novela Sniper, un grafitero madrileño que detesta a los colegas que claudican y “entregan su culo” a las galerías de arte. “Las ratas no bailan claqué”, otra de sus célebres frases, lo define perfectamente: arrogante, astuto e independiente. Al único ritmo que baila Sniper es al suyo propio. El zapateo del resto le es indiferente.
Sniper se inició en el grafiti como flechero y firmando “Status Quo” debajo del tag de Juan Carlos Arguello, un pionero del grafiti en Madrid y conocido popularmente como Muelle. Luego, en 1995, Sniper se inventó el “palancazo”, una maniobra con la que, en la vida real, los grafiteros españoles detienen el tren, y ante el asombro de los pasajeros, lo bombardean con sus aerosoles. Una hazaña que representa una especie de “excitación intelectual” y “tensión física”.
“Un grafitero es su tag. Firmas por todas partes y que la gente lo vea. Así se consiguen la reputación y el respeto de otros escritores”, le dijo un grafitero a Pérez-Reverte durante su aventura investigativa.
Sniper es alguien que ha hecho todo de la manera adecuada para ganarse la reputación y lealtad de los grafiteros. Además, su firma no es cualquier trazo. Incluye finura y simbolismo. Un outline azul para unas brillantes letras rojas. Y sobre la i, un círculo atravesado por una especie de cruz celta que parece la mira telescópica de un francotirador.
“Lo que diferencia el grafiti auténtico de otras actividades artísticas urbanas más o menos toleradas o domesticadas es su agresivo carácter individualista, callejero, transgresor y clandestino”, reflexiona en la crónica Pérez-Reverte.
Sniper se alejó de los pocos amigos que tenía en su adolescencia y con quienes pasó su época de flechero. Se ensimismó en su propio mundo al borde de la obsesión. Viajó a México y pulió su estilo influenciado por las calacas de Guadalupe Posada. Llevó su pasión por la clandestinidad a Lisboa, Verona y Napoles, donde vivió gracias a las lealtades que le prodigaban sus colegas. No obstante, su condena fue abusar de dichas lealtades.
“El grafiti es la guerrilla del arte”, dice Sniper. Creyéndose el cabecilla del frente madrileño de grafiti, envió a sus combatientes a cumplir misiones sin retorno. Desafió a sus colegas con acciones como subirse a un tejado a 78 metros de altura, causando la muerte de muchos grafiteros, entre ellos al hijo de un importante empresario, que lo busca incesantemente. El anonimato de Sniper se intensifica, sin que esto signifique que deja de actuar en las calles. “Yo busco destruir nuestro tiempo”, dice.
La vida de Sniper toma nuevos rumbos. Aunque no está enterado, muchos están detrás de él, y unos cuantos están muy cerca de dar con su paradero. Todos los muertos que han dejado sus desafíos los ve como ajustes de cuentas. Aquellos que han aceptado sus retos ahora están redimidos por haber tenido una vida estúpida y vacía. Han muerto de la mejor manera. Han elevado el grafiti a obra maestra.
“El del grafiti es un mundo bronco, duro, a menudo insolidario. Tiene sus héroes y también sus villanos: sus delatores, sus traidores, sus desalmados sin escrúpulos. Posee una épica propia y un desarrollo táctico al que a menudo no son ajenas las palabras guerrilla urbana”, concluye así Pérez-Reverte la narración de su experiencia.
Si desea leer El Francotirador paciente, puede encontrarlo aquí.